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Una vida dedicada a la paz entre los Pueblos y
la dignidad y libertad para su pueblo de Palestina

Diario La Capital
Rosario, Lunes 6 de abril de 1987

Solamente por ser palestinos... (ver)

Por Suhail Akel *
Para La Capital

Palestina, tierra de profetas, fue a través de largos siglos vapuleada, arrasada y diezmada su población, desde los tiempos de Jesucristo hasta nuestros días. Pero para desarrollar la problemática palestina, fijaré como punto de partida el año 1517, comienzo de la dominación turca en Palestina, cuya duración fue de 397 años, y de donde fueron expulsados por la resistencia palestina que empuñaba armas libertarias propuestas por los ingleses para su independencia; sin embargo, en realidad lo que Inglaterra quería, y mediante su tratado secreto firmado con Francia denominado Sykes-Picot, era que los palestinos le allanaran el camino para crear un mandato inglés sobre Palestina desde 1917 hasta 1948.

Es así como la carta del inglés Mac Mahon, que ofrecía “libertad”, fue cambiada por la declaración de Lord Balfour del 2 de noviembre de 1917 en la que proponía un “Hogar Nacional Judío” en Palestina. Para ese tiempo el surgiente movimiento sionista jugaba un rol fundamental en la Cámara de los Lores, comenzando a marcar de esa manera el surco que luego los llevaría a ocupar Palestina.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, y tras los terribles asesinatos en masa del inocente pueblo israelí en manos del hitlerismo, nuestro planeta empieza a sufrir grandes cambios, con particiones territoriales y nuevos Estados que surgían al contexto mundial. Lógicamente, la digitada Palestina no podía quedar al margen de este nuevo orden, y en 1947 la flamante de la Organización de Naciones Unidas, compuesta por apenas 53 países y con el voto de un poco más de la mitad (Argentina se abstuvo) y sin el consentimiento palestino, las fuerzas imperiales lograban su aspiración: el 29 de noviembre de ese año se decretó, a través de la resolución 181, la partición de un Estado y de dos pueblos, tanto el judío como el árabe, que convivieron siempre pacíficamente, en dos Estados, uno para el judío y el otro para el palestino, es decir 55% para el primero y 45% para el segundo. Lamentablemente, un solo Estado se desarrolló y floreció – el Estado de Israel -, que en mayo de 1948 tenía el 77% del territorio palestino, para ocupar militarmente el resto en la guerra de 1967.

El drama del pueblo palestino a raíz de esto se agudiza, porque ya no bastaba ocupar su territorio y dispersarlo a los cuatro vientos, sino había que exterminarlo. Pero la fortaleza de este pueblo, experto en vejaciones y violaciones en su contra, no se detuvo ni claudicó. Por el contrario, se organizó y el 28 de mayo de 1964 deja creada su identidad nacional: la OLP, para comenzar su lucha de liberación el 1º de enero de 1965, encabezada por el comandante Yasser Arafat. Luego de esa determinación, derecho que le cabe a todos los pueblos para su autodefensa, el palestino es rotulado como terrorista.

Claro está que el terrorismo es una cuestión de interpretación, ya que Lord Balfour no fue llamado terrorista, ni actualmente Reagan es llamado terrorista. No obstante, los palestinos, haciendo caso omiso de esta blasfemia, continúan con su ideal de recuperación de Palestina. Es así como la OLP, a 22 de años de su labor a favor de su pueblo, es reconocida internacionalmente junto a su presidente Arafat por las dos terceras partes del mundo y distintos organismos mundiales, entre ellos las Naciones Unidas – que, en reparación moral con el sufrido pueblo palestino, el 2 de diciembre de 1977 en su resolución 32/40 instituye, el mismo día de la partición de Palestina, como Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino. Esto ha sido una resumida y pequeña reseña de lo acontecido en Palestina desde mediados del siglo XVI hasta la avanzada mitad de este siglo.

Pero para el palestino refugiado comienza una nueva etapa de su martirio. En 1970, ésta consistía en su exterminación, y ni solamente por las balas de ocupación sino, aún peor, por aquellos que se dicen sus hermanos. En septiembre del mencionado año, y a pesar de que la OLP derrotó la invasión israelí al territorio jordano de Karame en 1968, el rey jordano expulsa a los palestino de Jordania matando a casi 20.000 de ellos. Más adelante, y en su traslado al Líbano, en 1976 son devastados sus campamentos de refugiados por la falange libanesa, causando miles de muertes.

El pueblo palestino sobrellevando estas constantes agresiones que se matizaban con los ataques de la aviación israelí – creando aún más caos y muerte -, llega a 1982 donde nuevamente la falange libanesa, ya en el poder y al mando de Elie Hobeika, junto con el ejército israelí en plena invasión de éste al Líbano; en septiembre de dicho año en asalto combinado y vandálico, destruyen los campamentos de Sabra y Chatila. Más de cuatro mil palestinos entre niños, mujeres y ancianos son muertos. Ariel Sharon, que dirigió la operación, fue condenado en 1983 como responsable del genocidio por la comisión creada en Israel y presidida por el jurista Yiyzhak Kahan. Actualmente Sharon paga su culpa como ministro de comercio en Israel.

Los palestinos que estuvieron en Jordania, y en este momento en el Líbano, no lo hicieron porque les cae bien el aire o por su afán de turistas, sino por el contrario fueron obligados a refugiarse luego de la ocupación ilegal de sus moradas y a crear sus campos de refugiados como los de Burj Al-Barajneh, Mieh-Mieh y Chatila entre otros, donde se concentran miles de ellos y que en nada se diferencian del nefasto campo de Treblinka u otros similares.

A partir del 30 de septiembre de 1986, una nueva ira de salvajismo se desata sobre sus campamentos por intermedio de Nabih Berri, jefe de la sectaria organización shiita Amal y actual ministro de defensa del Líbano, quien se dispuso a completar el plan sionista de desintegración del pueblo palestino, y día a día y durante una veintena de semanas convirtieron los mencionados campos en un mar de sangre. Sin embargo, el palestino, atado a su amor por la vida, aprendió a nadar y, al no poder ser doblegado a pesar de la superioridad bélica de Amal, éste le impuso el peor de los castigos para un ser humano – el hambre -, cerrándole durante los últimos cinco meses todos los medios que le proporcionaban alimentos. A tal punto llegó la hambruna que actualmente, sin perros ni gatos u otros animales, y ni ortigas ni yuyos para comer, el palestino, sumido en su desesperación, pidió autorización para digerir, y seguir sobreviviendo, la carne del hermano que no tuvo fuerza para continuar (acaso este desgraciado suceso llevará a la prensa internacional a aprovechar la oportunidad para aplicar un nuevo título a los palestinos: “caníbales”).

Tanta penurias debe pagar todo un pueblo que en la diáspora solamente pretende aferrarse a sus rocas y sus costumbres, con su única ambición de retornar a una tercera parte de sus naturales territorios, según lo propuesto por la OLP en febrero de 1985, ¿o es acaso su mayor pecado el haber nacido palestino?

Quiero terminar con una valiosa frase de la abogada israelí Felicia Langer, en su paso por Rosario en junio de 1986: “Nosotros los judíos debemos aprender a vivir con ellos y no a morir con ellos”.

* Representante del Comité de Solidaridad con el Pueblo Palestino

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